A+ A A-

Los viejos y los niños sicarios

Foto: Guillermo Arias Camarena Foto: Guillermo Arias Camarena Foto: Guillermo Arias Camarena

No confíen en nadie mayor de 30 años. ¿Recuerdan? ¿Recuerdan quién dijo eso y por qué se decía? ¿Quién lo rayaba en las paredes? ¿Quién quería llevar la imaginación al poder? A las nuevas generaciones nos dijeron que ése era un lema de los jóvenes del ’68. Y nos pareció muy bien. ¿Pero qué pasa cuando cumplimos más de treinta?

La violencia desatada en los últimos años en México ha hecho sonar las alarmas. De la rabia. De la indignación. Del dolor. De la consternación. De la tristeza. De la impotencia. Del llanto. De la furia. Del odio y del amor. Somos humanos. Pero también estamos viejos y nuestras opiniones son de viejos.

Sin importar que nos sigamos sintiendo súper juveniles, que traigamos el pelo largo y nos vistamos de forma “irreverente”, somos precisamente lo que los jóvenes no quieren ser: tenemos más de treinta años.

 

Y las opiniones de los viejos son, por definición, conservadoras. Están cargadas de clichés, de prejuicios, de ignorancia de lo que realmente sucede en las calles. Y casi siempre empiezan con “en mis tiempos…” , lo que ahora significa “en los tiempos del PRI”. Asunto que a los jóvenes les suena igual que cuando nuestros abuelos nos hablaban de la Revolución.

Las ideas de la infancia y la vejez han cambiado con el tiempo. Hace un siglo no existían los jóvenes, mucho menos los adolescentes: existían los niños, los adultos y los viejos. Y fueron los adultos –de 13, de 15, de 19 años—los que empuñaron las armas en la Revolución. Después se inventa esa cosa que ahora llamamos juventud y explota en 1968 (en contraposición, “juventud, divino tesoro…” se refería a la adultez, a no ser viejo). Y, aunque el término es anterior, la idea del “adolescente”, como copia de teenager, se arraiga en nuestro país durante los 70s y 80s. Pero una cosa permanece: la idea de que uno sigue siendo niño (o adolescente o joven) porque vive en casa de sus padres o porque aún va a la escuela. En resumen, uno sólo es adulto cuando vive, se mantiene y toma decisiones por su cuenta.

Así, cuando nos enteramos de una balacera en unos XV años, de un ajusticiamiento entre estudiantes de secundaria, de sicarios que comenzaron a asesinar a los trece años, nos escandalizamos como viejos: ¡son niños!

No sólo nos olvidamos de que nuestros abuelos o bisabuelos tomaron las armas a esa edad para irse a la bola con Pancho Villa. También nos olvidamos (porque como buenos viejos no estamos enterados) del hecho de que aquí o en Colombia, o en el país que guste, quien se inicia en el narcotráfico lo hace desde los 9 años. Nos cegamos a la realidad de que todas las guerras han sido peleadas por “niños”, nos lavó el cerebro Hollywood y creemos que la II Guerra Mundial o Vietnam fue peleada por treintañeros o veintiañeros bravucones (una buena crítica a eso es Matadero cinco, de Kurt Vonnegut). Tampoco queremos ver que las armas son cada vez más chiquitas, que no tiran “patada” y que son más fáciles de usar si tienes la complexión de alguien de 12 años que de alguien de 30 (asunto que entendió muy bien Charles Taylor, en Liberia, y en lo que los traficantes de armas son expertos). Ni siquiera vemos que es común que los marines gringos celebren, en su cuartel afgano, cuando ya tienen edad para comprar una cerveza legalmente (mucho después de tener edad legal para matar como soldados).

No. Como viejos que somos se nos olvida todo eso. Y también se nos olvida cómo éramos nosotros mismos a los 12 años, las ganas que teníamos de que los viejos nos dejaran de tratar como niños, que nos vieran como los hombres o las mujeres que éramos. ¿Recuerdan?

Toda muerte es dolorosa. Y toda madre y todo padre, en todo tiempo, llorarán la muerte violenta de su hijo. Y siempre lo verán como un hijo a cualquier edad, porque lo natural habría de ser que los hijos enterraran a sus padres. No obstante, si queremos empezar a entender qué le está pasando a nuestro país, deberíamos de dejar de pensar que estos adultos son niños. Deberíamos de dejar de lado nuestra soberbia de viejos-sabelotodo y escuchar las razones de quienes toman las armas.

No quiero decir que la violencia sea un problema generacional. No lo es. Pero mientras seamos sólo los viejos, los mayores de treinta años, los que opinemos de la violencia en México, difícilmente vamos a saber qué está pasando.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Luis Felipe Lomelí

TESTIGOS PRESENCIALES

ESTADO DE LA REPÚBLICA

DESAPARECIDOS

PRENSA AMENAZADA

RECIBE NUESTRO BOLETÍN

Nombre:

Email:   

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010