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Diversidad y noticias

Marco Lara Klahr Marco Lara Klahr Marco Lara Klahr

Berlín.― Cuando a mediados de la década pasada leí el estupendo libro Redacciones en conflicto. El periodismo y la democratización en México [Porrúa/UdeG, 2009], escrito por mi querida amiga y colega Sallie Hughes, profesora e investigadora de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Miami, me impresionaron sus hallazgos sobre el componente discriminatorio de la industria televisiva mexicana, donde predominan, como comunicadores y protagonistas, personas del sexo masculino y con rasgos físicos ceñidos a los estereotipos de belleza occidentales.

 

 

Antes, en Toronto, el editor de The Globe and Mail me había explicado que un aspecto central de la política laboral de su diario, para el caso de la redacción, era el de la «cuota» de género. No se trataba solo de equidad elemental hacia un sector de la sociedad, según insistió, sino de diversidad y pluralismo editorial, pero también de mercado.

 

Es decir, en la posmodernidad, conforme se manifiesta la diversidad de la sociedad, las instituciones culturales ―en el sentido antropológico más abarcante― que la componen pueden encontrar incentivos para convertirse en colectivos representativos de tal diversificación, incorporando, en proporción a la dinámica y el perfil sociodemográfico, a personas de diferentes géneros, preferencias sexuales, credos, niveles socioeconómicos, edades, orígenes raciales y discapacidades, por ejemplo.

 

Ahora, insospechadamente, me he encontrado en Berlín con un fenómeno semejante, que me ha permitido comprender mejor la complejidad y relevancia de este tema. En el vibrante y populoso Kreuzberg ―Barrio de la Cruz― funciona el centro de entrenamiento para el trabajo BildungsWerk in Kreuzberg, GmbH, ofreciendo a la población migrante especialidades técnicas como ventas, mecánica, sastrería, floristería, asistencia geriátrica y peluquería. Su base estudiantil la conforman sobre todo turcos y árabes, y como presta servicios al programa federal de integración de los migrantes, por cada estudiante enviado por el gobierno a capacitarse recibe una subvención.

 

Tiene solo una carrera de perfil académico ―o sea, no técnica― y es precisamente la de periodismo, cuyo objetivo principal, dice Uwe Schulte, su director, es «aumentar el número de periodistas de origen migrante» en las redacciones de los medios berlineses.

 

La parte de esta escuela dedicada a la carrera de periodismo es modesta. Consta de una redacción, red de cómputo y cabina de radio, y está dotada de cámaras y grabadoras. Los profesores son periodistas profesionales que reciben a cambio un honorario simbólico. Y los estudiantes aprenden las bases del periodismo en radio, televisión y prensa escrita, perfeccionan su alemán, y a través del Programa Leonardo Da Vinci de la Unión Europea hacen prácticas en Malta, Turquía o Inglaterra. En total, la formación académica dura nueve meses y las prácticas profesionales, seis. Cada uno de los cuatro años de vida que completa la carrera un egresado ha ganado un premio de periodismo.

 

«El 25% de la población berlinesa es de origen migrante», precisa Schulte, «mientras que en las redacciones de los medios noticiosos de esta ciudad la cantidad de personal con ese origen es de 2 a 3 por ciento». Se trata, añade, de conseguir que el porcentaje de periodistas de origen migrante en las redacciones sea proporcional al de personas de origen migrante en la ciudad. Así, los medios tendrán enfoques y contenidos más diversos, promoviendo implícitamente la diversidad y la tolerancia entre los alemanes.

 

Y existe también una poderosa razón pragmática, dice Schulte: «Los medios han apoyado no con dinero, pero sí permitiendo que nuestros estudiantes hagan prácticas en sus redacciones y, eventualmente, contratando a varios de ellos», y «no por altruismo, sino por razones meramente económicas: en sus buenos tiempos, algunos periódicos en Alemania tiraban 4.5 millones de ejemplares diarios, pero ahora se han reducido a 3 millones, debido a Internet y otros factores, y esos y otros medios buscan todas las maneras posibles de llegar a comunidades como la turca, la árabe y la rusa, que son de las más grandes en Berlín. Para ello requieren a periodistas de esos orígenes, no solo porque ellos pueden entrar más fácil a dichas comunidades, sino porque diversificando la agenda de noticias atraerán a esas poblaciones, ampliando así su portafolio».

 

Sin duda, esto está produciendo un choque cultural al interior de las redacciones, pues los periodistas alemanes, hace notar Schulte, pueden llegar a discriminar o a ser hostiles cuando se sienten laboralmente amenazados, aparte de que, «por ejemplo, en las cadenas de radio, por buen orador que sea, no dejarán hablar a nadie que tenga acento; si tú tienes acento árabe o de un dialecto alemán no puedes ser conductor; no te dejan, defienden un alemán puro, neutro, incluso en medios culturalmente liberales».

 

Son muchos los desafíos, evidentemente, pero lo cierto es que se avanza. Imaginemos, en México, una política de Estado para que las redacciones reflejen la diversidad social. Que mujeres, miembros de la comunidad LGTTBI, mazahuas, mayos, rarámuris, zapotecos, ñähñu o personas con discapacidad tuvieran en las redacciones una presencia, una voz proporcional a la que tienen en la sociedad. ¡Bueno!

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