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Cuando todo se vuelve inseguro

Cuando todo se vuelve inseguro Cuando todo se vuelve inseguro

Día de los desaparecidos

Desaparecidos: los muertos sin tumba, las tumbas sin nombre./Y también:/los bosques nativos,/las estrellas en la noche de las ciudades,/el aroma de las flores,/el sabor de las frutas,/las cartas escritas a mano,/los viejos cafés donde había tiempo para perder tiempo,/el fútbol en la calle,/el derecho a caminar,/el derecho a respirar,/los empleos seguros,/las jubilaciones seguras,/las casas sin rejas,/las puertas sin cerradura,/el sentido comunitario/y el sentido común.

Eduardo Galeano. Los hijos de los días

Cuando se habla de inseguridad –una cuestión que aparece con insistencia en las conversaciones cotidianas, en las redes sociales y en los medios de comunicación-, se habla de las mujeres y los hombres que día con día se convierten en víctimas de alguno de los bandos que se enfrentan en la “guerra contra el crimen organizado”. Palabras tales como asesinado, desaparecida, levantado, secuestrada, descuartizado, intentan nombrar el destino trágico de vidas y cuerpos de los que disponen a capricho los distintos grupos que toman parte en esta confrontación. La ubicuidad de esta violencia extrema la convierte en un espectáculo cuya contemplación le da consistencia a la realidad social que a su vez está constituida por la materialidad del orden espectacular (Cf. Guy Debord. La sociedad del espectáculo. Pre-textos, Valencia, 2007).

El espectáculo de la violencia con su abundancia de imágenes escalofriantes impide ver que la inseguridad ha pasado a formar parte integral de la vida actual y que no solo está presente ahí donde lo cruento es explícito. Luciano, un hombre de más de setenta y cinco años, que todavía debe trabajar para complementar la raquítica jubilación que recibe cada mes, lo dice de la manera más directa posible:

La inseguridad no es solo que se maten a balazos en las calles los narcos, los policías y los soldados, y que una bala le toque a un inocente, no son solo los secuestros y los levantones de personas inocentes; la verdadera inseguridad de cada día es que llegas al trabajo en la mañana y no sabes si ese día es tu último día de trabajo porque te van a despedir, o que regresas a tu casa en la noche y ya no tienes trabajo para poder comer al día siguiente tú y tu familia.

Este breve testimonio muestra que en los tiempos que nos ha tocado vivir la inseguridad encuentra su fundamento en todo aquello que reiteradamente vuelve precaria la vida humana, en lo que cotidianamente pone en riesgo su viabilidad y da lugar a un sentimiento de fragilidad –que tal vez tiene una única ventaja: el ser ampliamente compartido en el lazo social, algo que suele pasar inadvertido. En nuestro país, a la violencia abierta provocada por las bandas del crimen organizado y los cuerpos “de seguridad” del Estado mexicano se suman la escasez de empleos, los salarios miserables, el colapso de los sistemas de pensiones, el despojo de tierras y recursos naturales comunitarios, la insuficiencia de servicios de salud dignos, los precios estratosférico de vivienda, alimentos y medicinas, la desprotección jurídica en el empleo –que ha sido sancionada legalmente con la ley laboral recién aprobada- y frente a los abusos de autoridades y particulares. Encontramos aquí una violencia sistémica que tiene como una de sus consecuencias una guerra por la sobrevivencia, guerra de día con día en la que está en juego la distribución de la riqueza de una sociedad, la determinación de quiénes serán los beneficiarios del goce y usufructo de los bienes y quiénes quedarán excluidos de ellos. Conviene no perder de vista esta forma de violencia invisible para no reprobar con rapidez algunas manifestaciones de inconformidad social que recurren a actos de violencia explícita.

Este panorama desolador es inseparable del vacío del Estado, en México el Estado está ausente de vastos sectores de la geografía y la vida social del país, operando como un cascarón vacío que ha sido corroído por la impunidad y la corrupción: “Ha abdicado, a causa de su corrupción, de su papel fundamental: cuidar la paz, la justicia y la equidad de la vida; ha abdicado de su razón de ser, para servir, bajo la máscara de su Constitución, a la violencia” (Javier Sicilia. El vacío del Estado. Proceso, No. 1907, 19 de mayo de 2013. pp. 42-43). Aquí los vicios añejos del Estado mexicano se han visto potencializados por las políticas neoliberales que dieron muerte al Estado de protección social, una forma de comunidad política que en su declinación recibió el mote despectivo de “Estado paternalista”. Su desaparición es uno de los avatares de la desarticulación de una cadena que durante siglos dotó de la seguridad de ciertos referentes a los habitantes de las sociedades occidentales, esa cadena estaba constituida por la serie: dios, papa, monarca, padre de familia. Cada uno de sus componentes compartía e intercambiaba en el ámbito de su ejercicio atributos y funciones correspondientes a los otros, como ejemplo de ello la autoridad del soberano participaba de la autoridad divina y la del padre de familia además de compartir este carácter sumaba el de monarca de la familia. El fin del Estado paternalista está tramado con el fin de la familia patriarcal; el ocaso del padre como fundamento de la autoridad y de las instituciones sociales abre la posibilidad de nuevas formas de relación social, de estructuración familiar y de constitución subjetiva, pero tiene como contraparte el desvanecimiento de la protección y la seguridad que manaba de las fuentes de ese viejo orden social.

Mientras tanto, en el vacío dejado por estas pérdidas el capitalismo globalizado se ha encargado de instituir la rivalidad y la competencia no solo como características aceptables del individuo sino que las promueve como virtudes necesarias y deseables para desempeñarse en el ámbito económico, que termina por permear los más diversos aspectos de la relación con los otros. La cooperación y la confianza han sido sustituidas por la competencia y la desconfianza, como formas de relación básica que requieren un reforzamiento del yo que la cantinela repetitiva de la “autoestima” se ha dado a la tarea de alentar: "... la promoción del yo en nuestra existencia conduce, conforme a la concepción utilitarista del hombre que la secunda, a realizar cada vez más al hombre como individuo, es decir en un aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original" (Jacques Lacan. La agresividad en psicoanálisis. Escritos 1. Siglo XXI editores, México, 1989. p. 114). Este aislamiento tiene como acompañante a la experiencia de inseguridad en una sociedad constituida por la concentración de individuos autónomos que ignoran cualquier pertenencia comunitaria y la protección que podría provenir de ella. He aquí una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: promover un yo seguro cuando todo se vuelve inseguro. La contraparte de la inseguridad sistémica es esta psicologización que promueve un “rasgo de personalidad” como mascarada al servicio de un desconocimiento activo de los fundamentos sociales de la inseguridad. Si se parte del carácter compartido del sentimiento de fragilidad frente a la inseguridad de la vida, ¿no se encuentra ahí el principio de una acción colectiva que, basada en el lazo de semejanza con los otros, permita encontrar un piso firme para la vida en sociedad?

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Flavio Meléndez
  • Biografía: Psicoanalista. Miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse/Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
  • Fecha: 20 de junio de 2013

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