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Marcela Turati Marcela Turati Marcela Turati

CUANDO VEMOS a un ser querido que sufre por una pérdida irreparable, nos acercamos y compartimos su dolor en silencio. Luego, cuando intentamos decir algo, empiezan los problemas. Las palabras no aparecen, o son inadecuadas, o se cae en lugares comunes. La sensación de haber entrado en un terreno prohibido, donde cualquier palabra traiciona, es inevitable.

Pregunté a varios colaboradores de este Especial cómo viven su viaje hacia estas palabras. Dice el poeta John Gibler: “Al enfrentar historias reales de tanto dolor inexpresable, quienes no vivimos esos dolores pero queremos escribir sobre quienes los viven, tenemos que tomar las herramientas del periodista y también del poeta, y saber que esas herramientas están al servicio de la escucha”. Sabe que el periodista busca conseguir y confirmar toda la información dura que se puede. Es un trabajo parecido al de un detective o un abogado. ¿Dónde, cuándo, cómo, por qué? “Ese trabajo nos puede llevar hasta el dolor, pero no adentro de él. Es ahí donde tenemos que recurrir a las herramientas del poeta que busca usar todas las dimensiones del lenguaje —sentido, sonido, ritmo— para hacer sentir al lector/la lectora. Entonces a ti también te tiene que doler, aunque sea sólo una sombra del dolor de la persona a quien escuchas”.

El novelista Élmer Mendoza también se entusiasma con la idea del viaje, recordando a Julio Verne. “Imagino que es hacia el centro de la tierra. Las palabras son parte de la ruta. Las más significativas están al final del viaje. Julio conduce la perforadora. Vemos palabras como ‘ochenta’, ‘globo’, ‘Miguel’, ‘legua’, que tienen cierta temperatura. En el centro de la tierra están las otras, las que expresan dolor, odio, resentimiento. Las que sirven para contar los muertos y la desesperanza. Esas no siempre las puedes tocar porque arden y queman y matan”.

A Diego Osorno lo alcancé en pleno viaje. “Tu pregunta me llega justo cuando estoy por entrar a uno de esos agujeros negros de nuestra realidad en el noreste mexicano. Esa palabra perdida sólo puede ser hallada así: viajando a los agujeros negros, pues es ahí donde se abastece”.

El problema es la escala del dolor, y la urgencia que la acompaña. Para la novelista Lolita Bosch “la guerra, la tristeza y la masacre lo trastocan todo. Lo abstracto muta su valor”. En este panorama, “creo que la palabra es poderosa frente a este páramo de comprensión y de certeza. No sólo la palabra dicha, sino la intención misma de decirla. Creo que en la inercia del lenguaje están muchos de los métodos que nos sirven para construir la paz. Yo, por ejemplo, dirijo seminarios para tratar de identificar esta pulsión de lenguaje (que es la pulsión de vida). Buscar y entender esa pulsión en este contexto de miedo, indignación y urgencia es, quizá, lo más difícil que tendremos que hacer como comunidad. Porque las consecuencias íntimas han sido, para todos, devastadoras”.

Sergio González Rodríguez confía en que estas palabras se pueden encontrar. “El dolor podrá ser expansivo y carecer de construcción lineal, pero la escritura periodístico-literaria (el periodismo de calidad siempre es literatura) tiene propiedades y registros múltiples que no aspiran a reemplazar la experiencia dolorosa de las personas, pero sí pueden consignarla o evocarla a través de diversos procedimientos: interdisciplinariedad, donde convergen literatura, periodismo, historia, sociología, antropología, política, criminología, geopolítica; capacidad de alternar géneros diversos (crónica, reportaje, ensayo, análisis, entrevista, estadística, historia); inclusión de voces distintas; enfoque integral, que ofrece la parte en el todo y en cada parte habla la totalidad del fenómeno o proceso implicado; participación del relator-cronista-escritor-periodista en tanto testigo o protagonista, así sea lateral, de los hechos acontecidos. Por lo tanto, descreo del vínculo dolor igual a silencio”. Para el autor que impuso el término feminicidio en referencia a las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, el desafío está en buscar “una mayor exigencia intelectual para estar a la altura de la tragedia que se quiere consignar. No propongo quijotismo alguno, sino responsabilidad, ética, cumplimiento profesional. La violencia, la tortura, el exterminio merecen mucho más que lamentos, emotividad, o narrativa de crónica roja. Hay que asumir este pensamiento de Franz Kafka: la vergüenza de ser un hombre, ¿acaso existe mejor razón para escribir?”

 

L.E.

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