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Con Alejandro Páez Varela: “Relato historias, no soluciones”

Alejandro Páez Varela Alejandro Páez Varela Alejandro Páez Varela

NACIDO EN Ciudad Juárez en 1968, Alejandro Páez Varela es un periodista y editor de larga trayectoria, pero también narrador. Su primera novela, Corazón de Kaláshnikov (2009), va camino a convertirse en uno de los clásicos del subgénero. Es autor de varios libros de no ficción, de dos libros de relatos, y ahora acaba de publicar su segunda novela, El reino de las moscas (Alfaguara), segunda entrega de una trilogía que Páez Varela piensa completar en breve.

 

PERSONAJES Y MEMORIA.

—Haber nacido y trabajado en Ciudad Juárez dice mucho de las vivencias que has acumulado en tu vida, y que están en tus novelas.

Es que en el norte de México hay una geografía literaria que nos une. Es casi inevitable, por ejemplo, que veas a un escritor del norte hablar de los cielos. El norte es muy particular, es el Wild West gringo, con todas esas llanuras, las nubes, las extensiones, la gente. Es una región muy amplia.

—Una zona de grandes batallas históricas.

Era zona comanche, y cerca de Ciudad Juárez más apache. Ahí muere Jerónimo.

—¿Cómo construyes tus personajes?

Casi siempre los personajes y las situaciones vienen del camino que has recorrido, de lo que has visto. Yo fui reportero de policiales en Ciudad Juárez durante un período que no fue tan sangriento como éste. Era la sangre de una ciudad socialmente violenta. Esas imágenes las tenía que guardar. Quedaban impresas en un rinconcito del periódico, pero eran grandes dramas. Por ejemplo, un día llegué a la casa de una familia donde la mamá le había dado a los pequeños dinero para comprarse un panecillo, para comer. Ambos compran un panecillo llamado gansito, que es dulce, y se lo pelearon. Y como habían visto que el papá salía a defenderse con un cuchillo, uno agarró el cuchillo y se lo clavó al otro, que cayó muerto. Cuando nosotros llegamos estaba el niño sentado, con el pan aplastado en la mano. Y me dije: tengo que guardar esta imagen. Nunca la he usado, en ninguna novela. Como ésta, las que te puedas imaginar. Los personajes son una reconstrucción de la misma memoria.

—En tu novela El reino de las moscas no sólo le das voz a los vivos, sino también a los muertos.

Eso ocurre por dos razones. Primero, porque somos un país que convive con los muertos. Tenemos una fascinación especial por ellos. Tenemos un mes entero, noviembre, que es el mes de los muertos. Hacemos fiestas de muertos, nos emborrachamos por los muertos, y vamos a los panteones, y llevamos flores, y hacemos grandes fiestas. Y segundo, porque la literatura ha ido rescatando mucho a los muertos. No sólo Rulfo. José López Portillo y Rojas tiene un cuento extraordinario, “Los fusilados”, que empieza exactamente cuando el tipo está parado y lo van a fusilar. Y dice, “Puta, que me va a pasar aquí”, y pum, lo matan. Él ve caer su cuerpo, y comienza a decir: “Pues, y ahora qué voy a hacer”.

—¿Qué buscas con tus personajes?

Mira, en el cierre de esta trilogía, en la novela que sale luego de El reino de las moscas, quise tocar el tema de la gracia y el perdón. Yo quería romper las sinergias morales entre dos personajes que casi nunca escuchamos ni vemos. Ellos son Liborio Labrada, un gatillero, y el Cuco Ramírez, un policía. Yo los presento y no planteo ninguna inclinación por alguno de ellos en particular. Pretendo que el lector tome la decisión. Hasta el final no sabemos si son víctima o victimario, o si los dos son víctimas, o los dos victimarios. Cuál de los dos tiene razón, no sé. Porque en México, como en muchas partes de Latinoamérica, hay grandes regiones donde los caciques o los capos del narco han asumido el rol del Estado en ausencia de éste. En regiones donde no hay un maestro, no hay un policía, no hay médico, todos esos roles incluido el del alcalde son asumidos por un cacique. Entonces la gente nace, crece, y muere pensando que el Estado es ese hombre. Para bien o para mal, en la ausencia del Estado, es lo que hay. Le doy la voz a Liborio, y le permito que sea débil, y al Cuco que se porte como un cabrón, que se muestre como es la policía, que es tanto o más criminal que los criminales. Pero no quiero tomar una decisión moral o ética respeto a estos personajes. Los dejo ahí para que el lector tome una decisión.

 

NOVELA Y PERIODISMO.

—¿Tus novelas ayudan a recomponer el tejido social de, por ejemplo, un lugar desgarrado como Ciudad Juárez?

No, no lo creo. La novela tiene muchas funciones, pero ninguna de ellas es la que nosotros, como periodistas, pensamos que debe ser. Como periodista tengo herramientas. Puedo hacer denuncias, y las hago. Tengo un libro titulado La Guerra por Juárez,donde hablo de las matanzas que están ocurriendo y que nadie las está contando. Pero yo veo la novela como otra cosa. La novela creció en mí con mi mamá, que nos leía, nos abría mundos; de pronto estábamos dos horas a la orilla de la cama pendientes de ese mundo que nos estaba relatando y que estábamos descubriendo. Eso es la novela. Ahora, ¿por qué en mis novelas se mata y se muere? Los temas que me interesan son el amor y el desamor. Y soy de Ciudad Juárez, me salen balazos, he visto mucho de eso. Me interesa relatar historias, no llevar soluciones. Ese sería el papel de otras materias.

—Como el periodismo.

Claro, el problema es que cuando no está el periodismo aparece la novela. A finales del siglo XIX no había un solo periodista, porque estaban haciendo periódicos cortesanos. Entonces, cuando uno piensa en la pobreza de la Europa industrializada, piensa en Balzac, en Víctor Hugo. ¿Dónde están los periodistas? No hay un solo nombre. Este sexenio, el del presidente Calderón, ha sido un período de libros para México, no de periódicos. Los reportajes están en los libros. El tema está en las novelas. Porque México vive un momento complicado. El gobierno de Felipe Calderón intentó por todos los medios que la violencia no se difundiera, y menos que se hablara del problema generado por él cuando sacó a los militares a las calles. Los abusos y las violaciones a los Derechos Humanos se dispararon exponencialmente en los últimos seis años. La prensa, ante la presión, comenzó a publicar cada vez menos. Así las denuncias más fuertes sobre abusos vinieron de los libros.

—Quizá porque el libro ofrece una lectura más reflexiva para desarmar los complejos discursos que sostienen la lógica de la violencia en México.

Sí. Hay que exponer los discursos, porque yo creo que ni siquiera sabemos por cuántos años, por cuántas décadas, se va a estar escribiendo sobre la tragedia de México. Por ejemplo, hay amplias regiones de México donde no sabemos ni siquiera cuántos muertos hay. Hay un pueblo llamado Camargo, en Tamaulipas, bien al norte, que tenía entre 30 y 40 mil habitantes hace seis años. Hoy casi no queda un alma. Hay casas quemadas. Ahora acaban de poner una base militar, y algunas familias están regresando. No se sabe a dónde fue el resto, cuántos murieron. Hay señales de que fue un combate a muerte entre grupos paramilitares y el ejército. Pero ni siquiera sabemos quién murió ahí. Los desaparecidos se cuentan por miles, pero ¿son diez mil, veinte mil? Dicen que los tambores con gasolina que estuvieron quemando cuerpos en Tamaulipas ardieron durante estos últimos seis años. Ni siquiera quedan las cenizas.

—Muertos y desaparecidos que dejan familias, cuyo dolor los acompañará el resto de sus vidas.

¿Qué cifra te gusta? ¿Sesenta mil familias enfrentando el dolor? Es un mundo, y lo vamos a contar, porque ni siquiera sabemos sobre qué estamos parados.

 

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