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México, Siria y la (in)aparente rendición que les une

El conflicto que enfrenta Siria cumplirá un año el 18 de marzo, el que vive México ya va para los seis. Decenas de miles de muertos, desaparecidos y desplazados después, la situación en uno y en otro país dista mucho de llegar a buen fin. Ambos países tienen lazos fortísimos cuando de cultura, valores e historia se trata, lástima que los que más los hermanen hoy en día sean lazos de sangre. Sangre derramada sin ton ni son, sin razón. Sangre desperdiciada que en lugar de nutrir el suelo, lo ensucia. Sangre que alimenta la sed de justicia de sus pueblos, resignados a una realidad que nunca les ha correspondido. México y Siria son tan parecidos que ponen los pelos de punta. Pueblos estoicos, orgullosos, patriotas hasta la muerte -literalmente-. Pueblos jamás vencidos aunque (in)aparentemente rendidos.

 

“No me han pagado porque mis clientes están a la espera de ver qué sucederá” confiesa consternado un diseñador gráfico de 28 años autoempleado. “He sacado todo mi dinero del país, la fábrica está prácticamente paralizada, todas las órdenes de compra del año fueron suspendidas porque nadie sabe qué puede pasar” afirma inquieto un exitoso empresario textilero de 42. “El futuro del país está en vilo, esto bien podría convertirse en algo mucho peor de lo que ya es” advierte un diplomático acreditado en el país. “Voy a regresar a mi pueblo, creo que aquí las cosas pueden ponerse muy feas y yo no quiero pelear luchas ajenas” confiesa una mujer tristemente sonriente de treinta y tantos.

 

Declaraciones que podrían parecer erráticas pero que son certeras y precisas, declaraciones que hablan de una realidad tan dura como inescapable. Declaraciones que resumen el sentir de una nación y los miedos de todo un país. Declaraciones hechas en la Siria “primaveral” y pseudo-revolucionaria del 2012 pero que lo mismo podrían hacerse en el México calderonista de la guerra contra el narco. Declaraciones que dejan la boca seca y al oído zumbando.

A Jorge, diseñador gráfico de ciudad Mier, Tamaulipas, sus clientes, una docena de despachos jurídicos, consultorios médicos y tiendas de autoservicio de las vecinas ciudades de Reynosa y Matamoros, llevan ya tiempo sin pagarle, cuando menos unos cuatro meses. Para él no bastó tener que abandonar su ciudad en 2010 para escapar de la espiral violenta que de ella se apoderó; ahora, desterrado y cansado, debe también enfrentar la zozobra financiera. Su historia no difiere mucho de la de Bashar, un veinteañero ojiverde del suburbio damasceno de Doumma. Bashar también es diseñador y lleva casi medio año trabajando sin cobrar. Cuando trabaja, claro está, porque en Siria esa opción es cada vez más escasa. Sus clientes, como todos en su ámbito, están “a la espera de ver qué sucederá”. Aunque nadie sepa qué es lo que ha de venir, todo mundo avizora lo peor. Su primo fue acribillado en la calle y un par de sus amigos desaparecieron sin dejar rastro. Su madre ya no sale de casa y su padre, quien vive fuera, ha optado por no volver para no ponerse ni ponerles en peligro.

Jorge, no canta mal las rancheras. Muchos de sus clientes, sino es que casi todos, ya se cruzaron al otro lado y establecieron ahí sus comercios, mejorar su situación de seguridad y sobre todo apostar por su tranquilidad los conminó a emigrar casi sin querer hacerlo. Eso ha mermado la cartera de Jorge pero, sobre todo, sus esperanzas. También tiene un primo que fue acribillado en la calle, de hecho cuando iba camino a casa de su novia, a mitad de la tarde, dicen que fueron los del Golfo, aunque algunos argumentan que los Zetas; a Jorge y a su familia poco les importa quién haya sido responsable, sólo el hecho de que ya nunca podrán volver a verle. Amigos suyos también han sido levantados y su madre, como su hermana, lleva meses sin sentir el fresco de la calle, el miedo, como a tantos otros, la ha paralizado puertas adentro.

Raúl, un empresario textilero de Juárez, Chihuahua, ya no puede más, no fue el fin de los aranceles a la mercancía china la que ahogó sus pocas perspectivas de futuro, sino la violencia mordaz que contamina este pedazo de tierra, entre militares, carteles y oportunistas, la que le ha dado la estocada. La aberración continua, impertinente y que todo lo invade, en esa otrora Paso del Norte, ha obligado a maquilas a desaparecer y con ellas a toda la vida que en su derredor florece. Waseem, a miles de kilómetros de distancia, en la una vez industriosa y pujante ciudad de Homs, en el centro neurálgico de Siria, hoy escenario de bombardeos, muertes y desolación, llora, aunque sin derramar lágrimas, por las mismas penas que embargan a Raúl. El negocio familiar fundado por su bisabuelo hace más de cien años, durante la plenitud tardía del Imperio Otomano, ha debido cerrar definitivamente. La enorme fábrica donde se producían kilómetros de telas todos los días, que daba sustento a tantas familias y que era el claro orgullo de Waseem y de los suyos, expiró como una víctima más del temible conflicto que ennegrece los cielos de Siria. Hoy el camino entre su casa en Damasco y la fábrica en Homs está intransitable, plagado de retenes montados por los rebeldes lo mismo que por las tropas afines al gobierno. Es un camino lleno de obstáculos que conecta, infructuosamente a la Siria actual con la futura, sea cual fuere ésta.

A Raúl, la situación le pinta del mismo color hormiga. La pequeña textilera que con tanto esfuerzo constituyó como microempresa durante el sexenio foxista hoy está a punto de convertirse en un triste, casi melancólico, recuerdo. Una víctima más de la Juárez multihomicida. El camino de su casa al negocio está también plagado de retenes, ya sean creados por el narco o por los militares. Es un camino intransitable, que fatiga a quienes osan recorrerlo, que mata antes de dejarse domar.

Para el embajador X, diplomático europeo acreditado en México Distrito Federal, la situación que enfrenta el país es, cuando menos, interesante, pero, ante todo, dramática. No se descarta la “colombianización” de México, ni tampoco su derive en un narcoestado de facto. No hay nada que hacer al respecto, coinciden muchos, cuando se desviven por aparentar -sin conseguirlo- lo contrario. Para el embajador Y, del mismo rango y calidad -no necesariamente humana- apostado en Damasco, la capital siria, la situación del país es imposible de adelantar aunque también de evadir. El país corre el riesgo de acabar igual que Libia o Iraq y no hay nada que pueda hacerse para cambiarlo. El uno y el otro se muerden la lengua, tan fuerte que la hacen sangrar, tanto o más de lo que sangran los países que les dan cobijo temporal bajo unas cada vez más vetustas Convenciones de Ginebra.

Mirna nació y creció en un pueblo Mixe de la sierra oaxaqueña, tan pronto como tuvo conciencia dejó sus atardeceres y los cambió por desmadrugones en la maquila de las afueras de Tijuana. Hoy, ya no puede más, va a regresarse a su pueblo porque cree que en la monstruosa ciudad bajacaliforniana “las cosas pueden ponerse feas”, aún más incluso de lo que ya lo están. Su sonrisa tímida, perenne, casi dibujada por las manos de Francisco Toledo en su rostro, permanece impasible y refleja, aunque irónicamente, toda la tristeza del mundo. Para Hala, una refugiada palestina de Damasco, los días son igual de inciertos. Su ciudad adoptiva se ha convertido en una cárcel sin barrotes que cada vez le provoca mayor asfixia y angustia. Sabe que la siria es una lucha que no le corresponde y que antes de verse inmiscuida en ella, obligada a tomar la espada y batirse por una causa ajena, más valdría hacer las maletas y volver a su pueblo. Pero no la tiene tan fácil como Mirna; sin pasaporte, papeles ni pueblo al cual volver, Hala se hunde a la par de las cosas que se afean. Su carácter de refugiada vuelve a ser, como siempre lo ha sido, una razón de peso para impedir su felicidad.

Las de Jorge, Bashar, Raúl, Waseem, el embajador X y también el Y, Mirna y Hala son historias de común denominador. Tragedias clásicas griegas que tienen como escenario el México moderno y la Siria contemporánea. Historias manchadas de sangre que se repiten miles de veces, historias que nadie quiere escuchar pero que a todos nos ha tocado vivir. No solamente en Guadalajara o Monterrey sino también en Alepo y en Hama. Un recuerdo constante de que el dolor y el sufrimiento pero también la entereza y la esperanza trascienden fronteras, aún en los días más negros. Como el que hace tanto tiempo empezó tanto en Siria como en México y que dista mucho de terminar pronto.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Diego Gómez Pickering
  • Biografía: Diego Gómez Pickering (México DF, 1977) es maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabaja como asesor en la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Medio (UNRWA, por sus siglas en inglés) desde 2008.

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