La ciudad sedentaria donde el folclor se desborda y el mezcal llueve en las cuelgas de los santos patronos y en las pozolerías de cada jueves ha quedado en shock ante escenarios dantescos. Jamas imaginó, jamas soñó la gente ni en sus peores pesadillas que en la escuela secundaria donde estudian sus hijos, sus primos, sus hermanos, la Raymundo Abarca Alarcón, el 10 de diciembre de 2009 amanecerían desmembrados los cuerpos de cuatro hombres como muestra de la lucha descarnada de los cárteles de la droga. Como muestra de poder y escarnio, de sometimiento a los rivales, a la población. Al Estado.
Nunca se supo quiénes fueron. La fosa común dio cuenta de sus restos.
Este episodio no había sido el primero, ni sería el último. La ciudad y sus burócratas, sus comerciantes y sus obreros, sus estudiantes y sus amas de casa de repente se vieron en medio de una lucha que todavía, a años de recrudecida, no se alcanza a dimensionar. La realidad se diluye como los protagonistas un día tras otro cuando se amanece con más noticias de muertos y levantados a una cuadra donde cualquiera puede vivir.
En realidad, Chilpancingo es una cuadra, una gran manzana asimétrica, mal planeada, con aceras diminutas y sin basureros públicos, sucia. Atiborrada de vehículos del servicio público, taxis y combis (peseros), y de automóviles particulares de quienes prefieren no caminar en una ciudad tan pequeña. ¿Qué banda criminal, qué cártel podría estar interesado en un pueblo así? No hay turismo, no hay industria, sólo políticos burócratas por tener, eso sí, la concentración de los tres poderes del Estado. El Congreso, el Tribunal de Justicia y el palacio de Gobierno. Más hubiera valido no tener ni eso.
Pero sí. De 2005 para acá las bandas de narcotraficantes empezaron a pelear la ciudad y sus estrechas calles, sus bares, sus billares, sus contadas discotecas, sus numerosos lupanares y sus poblados circundantes en cuyas orillas se levantan palacetes amurallados, impenetrables. Y la han hecho suya. Ahora acá mandan los sucesores de Jesús Nava Romero, El Rojo, muerto el 17 de diciembre de 2009 en Morelos, en el enfrentamiento donde también murió Arturo Beltrán Leyva, El jefe de jefes, entonces líder del cártel de los Beltrán Leyva. O el cártel de la Sierra, que opera sobre todo en la zona serrana colindante con Chilpancingo, de las primeras en producción de amapola en México. U hombres de La Maña, una banda criminal que se encarga de cobrar derechos de piso a comercios de todo giro, con sede en Acapulco. Algunos informes policiacos indican que en realidad estas tres células libran una lucha por el territorio. Cada una sirviendo a los cárteles grandes. Aunque el caso del de la Sierra, quiere su empresa independiente. No se sabe a ciencia cierta. Y nadie quiere saberlo. Nadie quiere hablar de eso.
El eufemismo se ha hecho el recurso más recurrente para referirse a los sicarios al servicio del narcotráfico o de los narcos mismos. Los malos, los malandrines, dice la gente sin despegar mucho los labios aun en sus casas por temor a que quien vaya pasando sea uno de ellos. Ya no se sabe. Incluso los funcionarios municipales, de seguridad y de orden público, prefieren guardar silencio. Nadie levanta el teléfono a la hora de ir en busca de datos certeros sobre el golpe del narco en el comercio, la principal actividad productiva de la población.
Sólo se sabe que bares y billares han tenido que cerrar porque hombres bien vestidos han ido a pedir dinero para salvaguardar los intereses de sus negocios y de sus vidas. Hay quienes buscando evitarse problemas con las personas equivocadas bajan sus cortinas (Híldaros, una cervecería del centro de la ciudad que un tiempo estuvo cerrada pasó por ese transe. Igual que los billares Club Verde.) Aunque la mayoría cede. Pero eso se sabe de oídas porque nunca, salvo en círculos muy cerrados, los pequeños empresarios hablan al respecto.
La Confederación Patronal de la República Mexicana es la órbita más estrecha. La más íntima entre ellos. Aquí es una plática recurrente, en todas las reuniones, dice Fernando Melendez Cortés, el presidente, aunque una vez que la grabadora está apagada. Accede sí a hablar de generalidades. Que sí que hay miedo en la gente y por eso no sale a comprar como antes. Que los comercios tienen que cerrar más temprano por temor a hechos violentos como los que han estado ocurriendo. Qué perciben un éxodo silencioso porque cada vez más casas están en venta. Y cuando se llega al punto, de las amenazas recibidas del narco, el temor se le advierte y sólo sugiere, deslizas cosas. No más.
El miedo convive con los pobladores de Chilpancingo. Cómo no. El 21 de diciembre de 2008, un año antes de que los restos descuartizados de los cuatro hombres aparecieran en la secundaria donde incluso han estudiado alcaldes y gobernadores, ocho militares y un ex jefe policiaco fueron decapitados, sus cabezas y sus cuerpos esparcidos, apilados, en diferentes sitios públicos y cerca de tiendas trasnacionales plantadas en la ciudad.
Fue un golpe certero. En el narco ninguna ejecución, ningún movimiento de peón en el tablero del conflicto es fortuito. Ni siquiera las muertes de quienes nada tienen que ver en esta lucha de territorios. Por el contrario, redoblan el efecto buscado. Someter a todos, rivales o delatores imaginarios, a su miedo más hondo: la muerte. Y la decapitación sumaria tres días antes de la Navidad, en un pueblo tan tradicionalista, la víspera de la celebración de un desfile de danzas y máscaras, de borrachera y bailes, carnavalesco, llamado desde hace 185 años Paseo del Pendón, no fue la excepción. Causó conmoción y sentimientos profundos de abandono. La gente tuvo la certeza por primera vez de estar inerme. Sola en medio de la vorágine.
Ese día el mensaje fue dado a todos con claridad. Querían Chilpancingo y lo querían cómo fuera y bajo cualquier circunstancia. Los que vencen, cualesquiera que sean los medios empleados, nunca se avergüenzan, dice Nicolás Maquiavelo. Los cadáveres se identificaron en medio de la perturbación colectiva: Carlos Alberto Navarrete Moreno, Juan Humberto Tapia Romero y Ricardo Marcos Chino, sargentos; Ervin Hernández Umaña, capitán; y los soldados José González Mentado, Juan Muñoz Morales, Julián Teresa Cruz y Catarino Martínez Morales. También el ex jefe policiaco Simón Wences Martínez. No fue el primero.
Desde 2005, cuando levantaron y asesinaron en Acapulco al subdirector de la Policía Investigadora Ministerial, Julio Carlos López Soto, y a su escolta Pedro Noel Villela Aguilar lo dejaron libre para dar el mensaje de que Antonio Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta –lugarteniente del cártel del Golfo y muerto en noviembre de 2010 tras un enfrentamiento con militares en Tamaulipas–, ya estaba en Guerrero con 120 Zetas para quitarle la zona a los pelones y a la gente de la Procuraduría de Justicia, los asesinatos y hechos de violencia se vinieron en cadena.
De allí más policías, más jóvenes, más mujeres, más ciudadanos de a pie. Más muertos metidos al mismo costal aunque sean diametralmente opuestos los casos. Metidos al saco con la etiqueta: en algo andarían. 941 asesinatos con la marca del narco impregnada en su mayoría por ojivas 7.62, de Cuernos de Chivo, ya sea perdidas o dirigidas, en los últimos cinco años en la zona Centro, de la que es parte Chilpancingo. Los datos, proporcionados a cuenta gotas por la oficina de operación e inteligencia (C-4) de la Secretaría de Seguridad Pública del estado.
Por eso es que la muerte, la muerte violenta, ha marcado a este pueblo donde aún se venden globos a niños llevados de la mano por sus padres los domingos en el zócalo. Sólo entre julio y septiembre de 2010 ocurrieron al menos tres asesinatos sumarios, del tipo que aún mantiene a todo Chilpancingo con el miedo entre los poros. 16 hombres murieron en total: el 28 de julio, sicarios que dejaron un mensaje con la firma del cártel de la Sierra abandonaron en la céntrica avenida Miguel Alemán una camioneta con seis ejecutados en la maletera. Fue su presentación en sociedad y un reto a las autoridades cuya sede municipal quedó a dos cuadras del vehículo.
La madrugada del 7 de septiembre la misma agrupación dejó dos hombres desmembrados en una acera contigua al museo infantil La Avispa. Ministeriales y forenses se apresuraron a levantar los restos con el amanecer pardo, pero los diarios vespertinos de nota roja ya tenían la foto. El 19 de septiembre, aún con la resaca del bicentenario independentista de México, en la carretera a Teloloapan cercana a la capital, ocho policías ministeriales fueron emboscados y ejecutados por narcotraficantes. Y apenas entrando 2011, el 8 de febrero, un joven de 17 años, Blandino Gerónimo Moreno, murió en un cruce de fuego entre policías ministeriales y miembros del narcotráfico. Su cruz quedó enfrente del lugar donde se lleva a cabo el festejo más representativo de Chilpancingo: la feria de Navidad y Año Nuevo.